domingo, 30 de marzo de 2008

Per amor a una mare: Dolores Cuenca Cuenca (Tolosa, Albacete, 1924-Barcelona, 2007)

Narradora: Beatriz Reyes Cuenca
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Gràcies és potser la paraula que resumiria millor aquesta breu però emotiva història. Un agraïment que es converteix també en homenatge a una dona que va patir el maltractament psicològic en primera persona, però que no va perdre mai ni el talent ni el somriure. És la seva filla qui ens ha deixat per escrit aquesta lloança i qui també la fa extensiva a totes les dones que, com la seva mare, es mereixen un gràcies tan sincer com aquest per voler estar sempre al peu del canó, malgrat el que això els costi.


Lola nos dejó en abril del 2007 a los 83 años. Era una mujer sencilla, cariñosa, discreta, bondadosa, guapa y muchas cosas más. «En un lugar de la Mancha…», allí nació Lola, en una aldea en la que vivió los años de la guerra y los primeros de la posguerra junto a sus padres y sus cinco hermanos. La familia regentaba un colmado que ayudó a paliar los estragos del hambre durante los años bélicos. En esa aldea pasó su infancia, su adolescencia y parte de su madurez. En plena juventud sufrió una tuberculosis ósea que le derivó en un tumor en la rodilla del cual le operaron, pero le dejó una particular forma de andar. Lola cojeaba, aunque ella nunca vio en ello inconveniente alguno.

Alrededor de 1953 se decidió a emigrar a Barcelona, muy a pesar de su padre, que no quería que lo hiciera. Ella siempre me decía: «¡Ojala le hubiera hecho caso!», quizás así no hubiera conocido al que fue su maltratador psicológico cerca de 50 años. En esa dura vida que era la ciudad en la posguerra, empezó a trabajar de costurera teniendo como clientas a las señoritas de la zona alta, como ella las llamaba. Aunque nunca pasó hambre, conoció penurias y vivió, mejor dicho, malvivió, en pensiones, compartiendo cama y trabajando muchas horas.

En 1958 Lola se enamoró. Era un tipo casado, mujeriego, bebedor y jugador, pero Lola le quería. Se fueron a vivir juntos, con el consiguiente escándalo para la época, y tuvieron una hija, una niña en la que ella volcó todo su amor. Continuó de modista, cosía en casa y fuera de ella, siempre con un sueldo muy modesto. A pesar de su desgracia, ella nunca perdió su sonrisa ni su elegancia. Era una mujer altruista, siempre a punto cuando la necesitabas. Una mujer adelantada a su tiempo con la que siempre podías tener una conversación. Lola recitaba poesías. A su mente no le costaba nada recordar obras de teatro de su juventud, ¡contaba con una memoria excelente! Era autodidacta, creativa y una buena diseñadora que, si hubiera tenido medios, hubiera podido llegar a tener un nombre.

Pasó el tiempo y Lola montó junto con su pareja un pequeño negocio del que prácticamente sólo se encargaba ella, puesto que él pasaba largas horas en el bar. Cuando su hija por fin se hizo cargo del negocio, la pareja se jubiló y se trasladó a la aldea. Allí pasó 23 años, sobreviviendo a su martirio acompañada de hermanos, sobrinos y el vecindario que la ayudaban en esa dura carga, lejos de su hija y de su nieta. Aunque ese hombre siempre la trató con desprecio y pretendió anularla como persona, ella no quiso separarse, tenía miedo de aquel hombre, no por ella, sino por el daño que podría hacer a su hija. Nunca había llegado al maltrato físico, pero no dejaba de ser un hombre muy violento. Y así pasaron dos décadas, hasta que él falleció.

Lola se liberó de su esclavitud, pero quedaban para siempre los fantasmas del miedo.


* * *

Después de una dura vida, había llegado el momento de hacer caso a su ilusión: trasladarse a Barcelona para convivir con su hija y la familia de ésta. Todo el mundo disfrutó lo indecible. Los agasajó con su cariño y sus deliciosas comidas. Zarzuela, fricandó, paella, manitas de cerdo, guisos de verdura, pollo en salsa y sus bizcochos..., ¡mmm! Los deleitó con mil y una historias de juventud, les alegraba los días con su humor y nunca le faltó ni un solo consejo. Toda la alegría que en ella habitaba por fin tenía vía libre.

Cuando Lola falleció la enterraron en el pueblo y, de repente, todo el vecindario, casi reivindicativamente, abrió sus propias ventanas de recuerdos con ella: «¿Sabes que me hizo la primera permanente cuando era muy jovencita?»; «¡Siempre que necesitaba ayuda con mis labores de costura ella venía a hacérmelo a cambio de nada!»; «¿Sabes que fue ella quien me cosió la ropa de mi noche de bodas?»; «Y ¿sabes qué hacía? ¡Nos vestía de carnaval! De un trapo hacía un bonito vestido», y que le encantaba actuar...

Esta es su historia. La historia de una mujer con muchísimas cualidades. Una mujer a la que el valor sólo le falló a la hora de separarse, pero que a pesar de ello supo vivir dignamente y sacar adelante a su familia.

3 comentarios:

Nessie dijo...

Gracias Bea, gracias por traernos un poco de humanidad, gracias por resumir toda una vida tan plena en tan pocas lineas y sobretodo gracias a Dolores, tu madre, por haber sido tan fuerte y a la vez tan debil, y por habernos dejdo conocer a su hija, que evidentemente ha heredado mucho de Dolores.

Petonets!!! i ja saps on hem de quedar no????? a L'Armentera!!!!!

lina dijo...

Bea, es muy bonito el relato, lo has clavado. Lo has resumido tal y como era. Besos de parte de Lina Y Iván

Anónimo dijo...

Bea, es muy bonito el relato, lo has clavado. Besos de Iván y Lina