sábado, 6 de octubre de 2007

Perla, la divorciada: Rosalía Silgado (Huelva, 1960)

Narradora: Noelia Adrián Silgado
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Podem reinventar-nos a qualsevol edat. És cert que l’educació, la infantesa i la família marquen moltes de les pautes que seguirem de grans, però de vegades la vida ens posa en situacions en les quals descobrim una nova persona dins nostre. A Rosalía Silgado li va costar aprendre-ho, perquè creia que havia de ser mare i esposa per sobre d’ella mateixa. Es va divorciar en un temps en què això tot just començava a ser possible i va saber fer balanç del que li havien ensenyat, del que ella havia après i del que realment va decidir ser.


Rosalía Silgado nació el 23 de febrero de 1960 en Huelva, una de entre tantas de las ciudades que habitó su familia. Hija de Bartolomé y Rosalía, heredó el nombre de su madre. Ella era la sexta de doce criaturas: ocho hermanas y cuatro hermanos. Desde que nació recibió el apodo cariñoso de Perla, Perlita de Huelva, por su carita redonda desde niña. A los cuatro años su familia se mudó a Sevilla, fruto de los continuos cambios de profesión de su padre: maestro, administrativo y, finalmente, veterinario. Fue educada en una religión evangelista, aunque la transmisión de estos valores por parte de su padre y su madre no fue muy estricta.

Al ser la mediana, se encontró criada por su madre y hermanas mayores, pero pronto pasó a ser la encargada de cuidar a sus seis hermanos pequeños por las tardes. Las mayores ya se encontraban en edad de casarse y empezar su vida, y es que la diferencia de la mayor a la menor rondaba los 20 años. Su madre nunca dejó de trabajar en la casa para una familia tan grande, y ella debía ayudarla y aprender para el futuro.

Conforme pasaban los años cambiaban sus derechos y deberes. De pequeña jugaba con innumerables amistades en la aldea en la que habitaban. De adolescente aprendía cante y baile por las tardes en una academia con algunas hermanas, porque a su padre le gustaba mucho el baile, pero pronto las cosas empezaron a cambiar. Su padre y su madre determinaron que debía comenzar a trabajar para ayudar en la economía familiar, por lo que la sacaron de la escuela pocos meses antes de terminar el último curso, sin contar con la posibilidad de seguir estudiando y formándose.

Pronto comenzó a tener amigos y amigas en su pandilla de paseo, pero debía ser cautelosa, porque si en algún momento su padre oía algo de chicos o tonteo, el castigo estaba asegurado. Conoció algunos chicos, pero ninguno le llamó la atención hasta que intimó con uno de sus vecinos, Juan. Rápidamente empezaron a «hablar», pero tuvieron que esconderse hasta que fueron formalmente novios, porque si su padre la veía, a ella o a sus hermanas, al llegar a casa sacaba la correa.

Ya era novia de Juan cuando éste fue llamado para hacer la mili y, como chico atrevido y seguro de sí mismo, se alistó en los legionarios del desierto, llegando a ser cabo primero. Ella pasó meses muy enamorada, esperando que volviera. Meses dentro de casa, sin poder estudiar, tan sólo trabajar y estar en casa, nada de paseos. Era lo que hacían las chicas, esperar. Y mientras tanto, comenzó a aprender a hacer labores, pero no las domésticas, esas ya las dominaba desde niña, ahora aprendió a coser, a hacer punto, croché, a bordar... Era el momento de formar su ajuar. Toda chica necesitaba tener uno para cuando se casase, ya que ella sabía que se casaría al regreso de Juan.

A los 19 años contrajo matrimonio con Juan, muy entusiasmada ante su nueva posible vida. Por fin tendría la libertad de salir con su chico libremente sin la represión de su padre. Sin embargo, no contaba con información acerca de la vida matrimonial. No la educaron para eso. A la vuelta de la luna de miel ya se encontraba embarazada. La noticia era buena, pero era demasiado pronto, no había tenido tiempo de disfrutar de su nueva y libre relación con su marido.

Pronto empezaron los problemas. Con la excusa del trabajo, su marido pasaba muchas horas fuera y ella se limitaba a esperarlo y a tenerlo todo preparado para su llegada, como había aprendido. Tuvo su primera hija, de nombre Rut, y la alegría rondaba el matrimonio. Él pasaba cada vez más horas fuera, a veces incluso días, pero como Perla estaba ocupada asumiendo su nuevo papel de madre no quiso darle mucha importancia. Cada una llevaba a cabo sus funciones, todo iba en orden. Pasaron dos años y quedó embarazada de su segunda hija, Noelia. A los 22 años era madre de dos criaturas y tenía toda una vida por delante para desempeñar su nuevo papel.

No obstante, el problema de la soledad nunca se alejó de Perla, y sus hermanos y hermanas comenzaron a oír rumores de que su marido no pasaba tantas horas como parecía trabajando, sino que tenía una doble vida en forma de mujeres, juego y juergas. Ella recibía avisos, pero su inocencia no le dejaba ver la realidad. Hasta que un día, con sus propios ojos, vio como su marido la engañaba. Se encontraba en un bar cuando le había dicho que estaba en un viaje de negocios. Para entonces, él ya no le parecía tan buen marido y no sabía qué actitud tomar al respecto. Pasaron los meses y los conflictos con su marido se sucedían y aumentaban. Ella se encontraba dividida entre la familia, que la quería y le hablaba de la verdad, y el amor que sentía por su marido, esa vida que siempre había soñado, porque así se había preparado desde niña. Fue entonces cuando recibió noticias de un engaño mayor por parte de él, iba a ser padre de otra criatura, pero no sería ella la madre. Entonces ella decidió algo que le rompió el corazón. Reunió fuerzas al pensar en el futuro de su vida y de sus hijas, y con el apoyo que le ofrecía su familia, decidió romper su matrimonio.

En el barrio hablaban de ella, en la aldea en la que se crió también. Hasta entonces existían las separaciones pero eran muy pocas las que se atrevían. La mayoría de las mujeres no tomaba esa decisión y pasaban los años sufriendo por una vida que no las hacía felices. Pero, por fortuna, los tiempos que corrían y los cambios políticos sucedidos tras la muerte de Franco permitieron que en 1985, y a sus 25 años, se divorciara de Juan, el príncipe desencantado.

A partir de entonces, su familia se volcó en ayudarla para sacar adelante a sus hijas, sola, puesto que él nunca desempeñaría su rol de padre. Buscó innumerables trabajos durante todas las horas que pudiera al día para pagar tantas cosas que desconocía que se debían pagar. En ese momento aprendió a realizar las funciones del hombre, para las cuales no fue educada. Unos meses más tarde, cayó gravemente enferma con una disfunción en uno de sus riñones. Fue operada y, tras unos meses de recuperación, consiguió superar la enfermedad quedando tan sólo una cicatriz en su costado. No obstante, esta enfermedad que vivió hizo posible un reencuentro entre los excónyuges, que desembocó en una segunda oportunidad para Juan, que presentaba su arrepentimiento ante la oposición de la familia de ella. No fueron muchos los meses que pasaron hasta que Perla observó que la actitud de su marido no había cambiado en absoluto. Éste seguía engañándola y, para entonces, recibía noticias de la madre de su otro hijo, por lo que sentenció irrecuperable su sueño de matrimonio ideal en el que ella sería una buena esposa y prefirió encontrarse sola, pero arropada por su familia.

Bartolomé, su padre, indignado por la actitud de este hombre con su hija, abrió un nuevo camino de relaciones con ella para ofrecerle mayor protección y libertad a la hora de asumir sus nuevas responsabilidades como madre divorciada. Y así es como pasó a ser conocida por el vecindario: «Perla, la divorciada», una de las primeras del barrio en llevar a cabo una ruptura matrimonial.

Pese a sus esfuerzos por llevarlo todo para adelante, decidió volver a casa de su familia para poder trabajar y que sus hijas estuvieran siempre a cargo de su madre y hermanas. Todo permaneció estable. A pesar de los problemas que le ocasionaba su exmarido, ella sacaba una fuerza sobrenatural para tirar adelante arropada por la familia. Estaba realmente conociendo nuevas facetas de su persona. Ahora ya no estaba bajo las decisiones de un hombre, ahora era ella la que guiaba su vida.

Sin embargo, un año después sucedió una gran desgracia: su padre y su madre murieron en un terrible accidente de forma inesperada. La familia quedó rota de dolor y en medio del caos un nuevo problema: la casa en la que habitaban ella, sus hijas y hermanos aún solteros iba a ser arrebatada a la familia por política de la empresa dueña de la aldea, Astilleros. Fue entonces cuando Perla se vio en la necesidad de asumir un nuevo papel, luchar por sus hijas y ayudar en todo lo posible a sus hermanos, una ayuda recíproca durante años. Volvió a mudarse a la casa en la que habitó con su marido durante el matrimonio y que ganó durante el divorcio para techo de sus hijas. Esta vez con una hermana que viviría con ella y cuidaría a sus hijas mientras ella trabajaba fuera de casa.

Tras meses de dolorosa recuperación se unió sentimentalmente a un amigo y vecino de toda la vida, Rafael, el cual superaba una pronta viudedad inesperada, con dos criaturas pequeñas a su cargo. Encontrándose ambos en situación parecida, pasaron 4 años de noviazgo y decidieron vivir juntos. A sus 31 años volvió a adoptar un nuevo rol: era madre de familia numerosa, y una familia un tanto especial. La unión de dos familias en un mismo hogar fue difícil. Los hijos de ambos no se aceptaban mutuamente ni a sus nuevos y respectivos tutores, lo cual ocasionaba innumerables discusiones ante las cuales ella no sabía cómo actuar. Intentó solventarlo de todas las maneras posibles. Se movió y aprendió a desenvolverse y sacar un fuerte carácter que le ayudara a resistir, pero por más que luchara y buscara soluciones, la situación no presentaba mejor aspecto.

En 1993 quedó embarazada. Quizás un nuevo hijo que uniera a las dos familias posibilitaría una reunificación, pero desgraciadamente este hijo no vino al mundo. A los 6 meses de embarazo sufrió un aborto y con ello experimentó en sus carnes un dolor muy grande que afectó a lo que ella más apreciaba: ser madre. Dos años después volvió a quedar embarazada, esta vez nació una preciosa niña, Ester, que supuso el punto de unión de estas dos familias.

A su pareja, una persona buena de corazón, le aquejaba un insoportable dolor que ningún médico conseguía resolver y que le impedía trabajar. Éste se encontraba en guerra en su interior en la que se veía a sí mismo como padre de una familia «sin poder ser un hombre de verdad, trabajar y traer dinero a casa», decía. Su depresión lo llevaba al alcohol y de ahí al enfado constante por todo.

Durante los primeros años de vida de su hija pequeña, Perla disfrutaba de su crianza y de la vida en casa. Pero la sombra de los problemas nunca se disipó. Durante diez años se vio envuelta en muchos conflictos familiares, entre sus hijas y su pareja principalmente. Ante estas discusiones, su papel de madre ganaba y decidió romper su relación, hacer las maletas y partir rumbo a su anterior hogar, habitado por sus hermanas solteras; todo para que días, semanas o meses después hiciera las paces con su pareja y lo intentara una vez, y otra, y otra. Cada año, al menos una vez, se encontraba en esta tesitura, y por supuesto era capaz de hacer y rehacer su presente cada una de las veces, encontrar trabajo y salir adelante. El amor que sentía por el padre de su pequeña, el amor por sus hijas y el valor que su padre y su madre le enseñaron para luchar la animaban a intentar mejorar su vida.

Estuvo encerrada en esta forma de existencia inestable durante diez años, influenciada por los problemas emocionales de su pareja que destruían todo ápice de felicidad que brotara, hasta que una de las rupturas pasajeras se convirtió en estable. Era más difícil que nunca rehacer su vida, ahora con una casa sin muebles siquiera, pero tomó sus pocas posesiones y decidió comenzar de nuevo. «Ya está bien», se dijo a sí misma ante la mirada de sus hijas, «he de ser madre y mujer por encima de esposa». Y así comenzó una nueva vida con sus tres hijas. Trabajó en muchos empleos, en diferentes empresas, la mayoría como limpiadora, algo que aprendió desde pequeña. Sacó su casa adelante y cuando los problemas empezaron a parecer lejanos, sus hijas comenzaron a animarla para que rehiciera su vida. Tenía derecho a ser valorada como mujer, algo que nunca había podido sentir, siempre actuando como madre o esposa.

Pasaron algunos años y diversas relaciones la rondaron. Aprendió a divertirse en la vida, compaginando su eterno papel con su nuevo rol de mujer, más femenina que nunca. Rejuveneció más de diez años en su rostro al encontrarse a sí misma. Es más, tan segura estaba de su nuevo yo que se movió en busca de una auténtica persona que la mereciera. Quiso salir y conocer gente, hasta el punto de asistir a un programa de televisión en el que encontró al que hoy por hoy es su pareja y con quien consigue tener una eterna sonrisa. Ahora es amante, sigue siendo una mujer independiente, una gran trabajadora y buena madre, y ello la hace feliz a ella y a su familia.

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